El grupo de jota, cantando en la Misa Aragonesa
El grupo de jota, bailando en la plaza del castillo, el bolero de Valderrobres
Discurso de Manuel Siurana en el acto institucional
Finalizada la misa, la comitiva y el público que así lo quiso se dirigieron hasta el castillo de Valderrobres, en cuya plaza se bailaron dos jotas de honor (la de Teruel y el bolero de Valderrobres) y se cantaron otras dos. Seguidamente, en la sala capitular del castillo se llevó a cabo un acto institucional, que consistió en un saludo del alcalde, un discurso de Manuel Siurana (presidente de REPAVALDE) y unas palabras del arzobispo, Manuel Ureña.
A continuación reproducimos el texto del discurso que pronunció Manuel Siurana:
Excelentísimo y reverendísimo don Manuel Ureña, arzobispo de Zaragoza, señores diputados, consejeros, delegados, alcaldes y concejales representantes de las diversas Instituciones del Estado en Aragón, desde el gobierno central a los ayuntamientos, pasando por al gobierno autonómico, diputación provincial y comarca, señores vicarios, vecinos de Valderrobres y amigos.
Hace ya dos años se iniciaron las reuniones entre los representantes de los ayuntamientos de Beceite, Fuentespalda, Mazaleón, Torre del Compte y Valderrobres para celebrar de manera adecuada un hecho histórico de gran trascendencia para nuestros pueblos. Hecho histórico que tal vez no hemos sabido valorar en su justa medida, posiblemente porque los avatares del presente hacen que desdeñemos la historia pensando que agua pasada no mueve molino y que el presente y el futuro están al alcance de nuestras manos, mientras que el pasado ya se nos ha escapado y de ninguna manera lo podremos cambiar, aunque nunca escaseen los intentos de manipularlo.
El conocimiento de la historia requiere de la empatía necesaria para intentar comprender en su justa medida los acontecimientos que ocurrieron, siendo imprescindible la capacidad de realizar un esfuerzo que permita viajar en el tiempo y entender las circunstancias y el entorno histórico, única manera de comprender, aunque no de compartir, el feudalismo o el absolutismo por ejemplo.
Las tierras que ocupan nuestros campos, antiguamente pobladas por indoeuropeos, íberos y romanos, fueron reconquistadas al Islam en la segunda mitad del siglo XII. Y a día de hoy no se puede demostrar que en estos lugares, antes de la llegada de los cristianos, habitaran otras personas; aunque algunos topónimos induzcan a pensar en una presencia musulmana que no dejó de ser residual y que no está comprobado que pudiera haber dado lugar a ningún tipo de hábitat concentrado. De lo que cabe deducir que nuestros pueblos, al igual que la mayoría de los más de ocho mil existentes en España, nacieron tras la Reconquista, en nuestro caso, a partir de finales del siglo XII.
En unas circunstancias históricas especialmente difíciles en toda la península, ya que la guerra, el bandidaje y las deficiencias económicas, higiénicas y sanitarias hacían de nuestros pueblos lugares inhóspitos y peligrosos, en los que lo mejor era no residir. Además los reyes, que tenían un poder limitado, no disponían de los recursos militares necesarios para controlar, repoblar y administrar los territorios reconquistados, debiendo recurrir a las enfeudaciones para suplir su propia presencia. En el caso que nos ocupa, las tierras de estos cinco pueblos, nada más ser reconquistadas, fueron adscritas al obispado de Zaragoza con el mandato de repoblarlas y gobernarlas, con el indisimulado propósito regio de limitar el poder de la Orden de Calatrava en la zona.
El obispo de Zaragoza, en unos años tan difíciles y ante la enorme tarea que se le presentaba, optó a su vez por ceder el gobierno efectivo de estos lugares a Fortún Roberto, con quien se inició una dinastía que concluyó en 1305 en la figura de Pedro López de Oteyza, que murió sin herederos, lo que provocó un largo litigio entre el rey de Aragón y el obispado de Zaragoza, solventado en 1307 con una concordia por la que estas tierras volvieron al poder de la mitra cesaraugustana, que se comprometía a gastar 100.000 sueldos, algo así como 10 millones de euros actuales, por el bien del alma de don Pedro. Cantidad que fue destinada a la construcción de la iglesia parroquial de Valderrobres, que actualmente se está recuperando en su totalidad.
A partir de ese instante que hoy conmemoramos, la vinculación entre estos lugares y el, un poco después, arzobispado de Zaragoza se prolongó durante 500 años, de los que los primeros 400 se desarrollaron en un contexto de pleno control político, administrativo y económico; siendo a partir del Decreto de Nueva Planta, promulgado el mismo año en que se cumplía el 4º Centenario, cuando el centralismo borbónico redujo de forma significativa el papel del señor feudal, que desapareció del todo en el siglo XIX con la llegada del liberalismo.
Con este rápido recorrido por nuestra historia he pretendido sentar las bases de nuestros orígenes, para reflexionar sobre nuestra procedencia, sobre nuestro presente y sobre nuestro futuro. Con dos conclusiones evidentes: somos unos privilegiados, pero nos encontramos en evidente peligro.
Somos unos privilegiados porque permanentemente hemos vivido y seguimos viviendo en tierras de frontera, lo cual ha permitido que pudiéramos beber de las aguas aragonesas, catalanas, valencianas y castellanas, creándose una continua interculturalidad que ha sobrevivido al menos hasta nuestros días. Sirvan para justificarlo sólo algunos ejemplos:
- Si la primitiva cultura ibérica, al igual que nuestro preciado arte gótico, llegaron desde el Este; el renacimiento y el barroco vinieron desde el Oeste.
- Los primitivos repobladores de estos lugares procedieron indistintamente de Cataluña (como mis propios antepasados), del norte de Aragón, de Navarra, del sur de Francia e incluso de las tierras castellano-leonesas.
- En los últimos años del medievo y en la Edad Moderna las corrientes migratorias no se detuvieron y aquí se asentaron gentes llegadas de los más diversos confines: franceses (más del 10 % de los pobladores), catalanes, aragoneses de todas partes, vizcaínos y muchos castellonenses.
- A partir del siglo XVIII, con la incipiente industrialización y el despertar económico catalán, las relaciones con nuestros vecinos del Este se estrecharon, infinidad de catalanes vinieron a trabajar en las empresas papeleras, molinos y martinetes; a la vez que nuestros productos, especialmente los agrarios, viajaron camino de Tortosa.
- Ya en el siglo XX, el camino antes emprendido por las mercancías fue entonces seguido por las personas.
- Hoy, en el siglo XXI, las personas que se instalan a vivir entre nosotros se cuentan por centenares y su origen se multiplica, aquí conviven decenas de nacionalidades diferentes y todas las comunidades autónomas españolas están representadas en nuestros pueblos, ofreciendo una rica variedad de culturas.
Hasta aquí habríamos hablado de lo positiva que es nuestra ubicación. Pero faltaría a la realidad si ocultara los peligros que van unidos a ella. El principal de ellos es la falta de identidad y consiguientemente la falta de compromiso de los matarrañenses con nuestra tierra, con nuestros pueblos, con el medio que nos rodea, con nuestra historia y con los logros de nuestros antepasados, de unos y de otros, de los que vinieron de allá o de acullá, de los que tuvieron responsabilidades públicas y de los más humildes, de todos en definitiva.
Una zona de paso como esta, situada entre tirios y troyanos, entre el fuerte sentimiento nacionalista catalán y el nada despreciable expansionismo histórico castellano es el caldo de cultivo ideal para el desarraigo y la falta de implicación en lo colectivo.
Las gentes de nuestros pueblos quieren mayoritariamente mirar hacia el Oeste, pero a veces, como hoy mismo, nos embarga la duda de si los del Oeste quieren tan siquiera mirarnos o tan solo nos consideran unos extraños a quienes atender según de donde soplen los vientos de la política. Y lamentablemente esto me recuerda demasiado a los tiempos de Joaquín Costa.
Pero a lo mejor podemos estar tranquilos, o no, porque simultáneamente, a la vez que sufrimos el ninguneo ocasional de nuestros gobernantes, desde el Este se nos hacen carantoñas como a hijos pródigos, en base a nuestra peculiaridad idiomática, aunque ello signifique olvidar la historia.
Personalmente me daría por satisfecho con que estos actos de celebración del Séptimo Centenario sirvieran cuanto menos para dejar clara la pertenencia histórica de estos pueblos a Aragón, para gritar que nos sentimos aragoneses y que queremos que así se nos considere, aunque no tengamos el acento de los zaragozanos, aunque estemos en una esquinita del mapa, aunque vendiéramos nuestro aceite en Tortosa, aunque nos hubiéramos ido a trabajar a Barcelona y aunque tengamos la suerte de hablar dos idiomas desde nuestra más tierna infancia.
Finalmente quiero agradecer a los alcaldes de los cinco pueblos el entusiasmo que han mostrado por este Centenario y en especial, si se me permite, a Carlos Fontanet, que hasta hace muy pocos días ha sido uno de sus principales valedores. Pido un aplauso para ellos.
Quiero resaltar la colaboración económica que han prestado la Diputación Provincial, la Comarca del Matarraña y la Caja Rural de Teruel. Y es justo agradecer la presencia de todas las autoridades que han querido sumarse a este acto, aunque, ya que contamos con miembros del clero, se me hace difícil olvidar la parábola de la gran cena, citada en el capítulo 13 de Lucas.
Las ausencias engrandecen vuestra asistencia. Muchas gracias a todos.
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